Fuente DW
Paladares exquisitos y nostalgia por África explican el auge de un fenómeno que, además de ilegal, es peligroso para la salud. París, Londres, Frankfurt y Zúrich, entre las ciudades involucradas.
“Nunca podré olvidar ese asqueroso olor”, dice Peter Kaufmann, funcionario de la aduana del aeropuerto de Zúrich. Un mal día de su vida laboral, este funcionario de 60 años se encontró con la pesadilla de muchos de sus colegas: una maleta repleta de carne proveniente de África. Lo habitual es que el hallazgo incluya cabezas de mono o trozos de león, gacelas o jirafa. Un mercado floreciente de aficionados al consumo de animales exóticos explica tan extraño tráfico.
“Para mí sigue siendo un misterio cómo alguien puede comerse eso. La posibilidad de contraer enfermedades es muy alta. La gente parece no entender el riesgo sanitario”, añade Kaufmann en la revista Forum Z, de los aeropuertos suizos. Esa idea la apoya Bruno Tenger, de la Organización Tengwood, que también desde Suiza lucha contra la “carne de arbusto” o “bushmeat”, como se conoce al tráfico ilegal de carne de animales salvajes.
“Es muy probable que esa carne haya sufrido un manejo insalubre y se haya transportado sin seguir una cadena de frío. Y además es muy peligrosa por otros aspectos. Por ejemplo, con el brote de ébola en Guinea, que podría estar relacionado con el consumo de ‘bushmeat', no podemos descartar que llegue a Europa por esa vía, aun cuando no se haya reportado ningún caso hasta el momento. Pero si crecen los volúmenes, también crecen las posibilidades de enfermar”, dice el experto a DW.
Puede sonar extraño, pero hay compradores que tienen mucho dinero para comprar estos lujos. Ahí radica la base del problema. Según una investigación de Der Spiegel, un kilo de carne de elefante puede costar hasta 200 euros en Europa. Mil gramos de filete de león cuestan 60 dólares en Estados Unidos. Pero el más exclusivo es el kilo de carne de gorila, que puede llegar a costar 32.000 euros. Mientras haya quien pague, habrá quien ofrezca.
Maletas putrefactas
Las puertas de ingreso a Europa de esta carne son generalmente los aeropuertos de París, Londres y Bruselas. En el último tiempo se han sumado casos en Viena, Frankfurt, Düsseldorf, Zúrich y Ginebra. La mayoría de las veces es imposible no detectar a los traficantes gracias al olor que expele su equipaje. “Con las enormes cantidades de carne ilegal que hemos encontrado, debemos asumir que ésta ingresa a diario a Europa. Nuestros estudios muestran que cerca de 40 toneladas son importadas al año. Pero según otro estudio, solo en París son introducidas anualmente 270 toneladas de carne ilegal, y eso solo en Air France y solo en vuelos desde África”, explica Tenger.
República Democrática del Congo, Camerún, Ghana, Nigeria, Costa de Marfil y Sudáfrica son los principales puntos de origen. En el sitio web de la Organización Tengwood explican que el mercado es floreciente y eso es, a todas luces, preocupante. Allí afirman que “para la población indígena en África, comer ‘bushmeat' es algo tradicional y muchas veces es su única fuente de proteínas. Sin embargo, un consumo a escala global es impensable”.
Tenger dice a DW que “cada vez hay más oferta de carne de animales salvajes. Carne de león, de antílope, de cebra… Esto ocurre porque queremos comer cosas cada vez más exóticas. Como ciudadanos, debemos preguntarnos si queremos apoyar ese mercado. Si no hay demanda de carnes exóticas, la importación decrecerá y así enviaremos una señal de que en Europa no se consume la llamada ‘carne de caza'”.
Nostálgicos del sabor de casa
Una de las razones que explican este fenómeno es la emigración. Muchos africanos llegados a Europa quieren cocinar lo que comían en sus países. Al menos eso piensa Tenger, quien explica que los restos ingresados sirven para preparar sopas. “Suponemos que animales no protegidos, como las ratas de caña o los jabalíes, entre otros, son consumidos por gente que desea recordar su patria”. Pero el mayor problema es que algunos sibaritas consideran la carne exótica un manjar por el que vale la pena pagar miles de euros. Y entonces sí que se abre un mercado negro imposible de contener.
En agosto de 2011, el personal de la aduana de Düsseldorf detectó un cargamento de casi una tonelada de carne de pescado, rata y murciélago proveniente de Ghana y con destino Dortmund. El paquete incluía dos cestas repletas de caracoles vivos. Estos fueron entregados al zoológico local en cuarentena y el destinatario de tan particular encomienda debió pagar los 800 euros que costó destruir el cargamento. Otro caso en Frankfurt relatado por Der Spiegel incluía el ingreso de 45 kilos de carne de antílope que tenía como destino distintos restaurantes de esa ciudad alemana, de acuerdo al testimonio del traficante.
La investigadora francesa Anne-Lise Chaber descubrió que en controles aleatorios en el aeropuerto Charles de Gaulle de París, en apenas dos semanas se incautaron 188 kilos de carne de once especies africanas, entre ellas cocodrilos, roedores y pangolines. De 139 pasajeros revisados al azar en vuelos procedentes de 14 países de África, nueve portaban carne, incluyendo a uno que cargaba con 51 kilos en su maleta. Tenger grafica el negocio de esta forma: “El que caza al mono recibe 5 euros por algo que en Europa será pagado a 300 euros. Y esas cifras suben cuando hablamos de simios mayores”.
El activista Marcus Rowcliffe pone en relieve el principal problema: las multas por este delito son bajas y los funcionarios de aduanas, a diferencia de cuando hallan productos falsificados o drogas, no reciben incentivos por detener el tráfico de carne. Por eso Tenger propone lo siguiente: “Debemos exigir a los políticos un cambio en la legislación, para que el tráfico de animales protegidos y sus productos no sea solo un delito, sino un acto criminal”.
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