(N. E.) Don Tomás es un destacado cazador nacido, el 30 de agosto de 1936, en la ciudad de Monterrey, N. L. Estudio la carrera de Ingeniería y es pionero y fundador de la Industria del Aire Acondicionado Automotriz en el país. Aunque en la actualidad ya esta retirado, don Tomas, no deja de participar con sus hijos, Tomas y Antonio, quienes continuaron con la vereda abierta por su padre y han consolidado su propio grupo de empresas relacionadas con la refrigeración y el aire acondicionado para el transporte, la renta de vehículos refrigerados y talleres en donde dan servicio a este tipo de vehículos.
Don Tomás esta felizmente casado con Maria Elizabeth Villarreal Acevedo y tienen 3 hijos: Tomas David, Antonio Eduardo y Elizabeth Macarena, quienes los han bendecido con 7 nietos.
En el ámbito cinegético, don Tomás ha sido un gran aficionado a la cacería, deporte que practica desde hace más de 50 años, es socio de las principales agrupaciones de cazadores en su ciudad natal como: Cazadores de Monterrey, A.C., Club Cinegético de Monterrey, Asociación Regiomontana de Caza y Tiro ( ARCYT ) y Ducks Unlimited. Ha tenido las oportunidades de cazar en la mayor parte de México, Estados Unidos, Canadá y Algunos países en el continente Africano.
Ha escrito tres libros, todos relacionados al tema de la cacería: Relatos de Cacería en México, Primera y Segunda Parte. Y el tercero de ellos lleva el titulo de: Relatos de Cacería en África y América del Norte. En estos momentos está por terminar su cuarto libro, el cual llevara el mismo titulo que los dos primeros “Relatos de Cacería en México” solo que con la adición de “Venados Cola Blanca y Buras”.
Es un honor poder contar con su participación en esta obra ya que, sin duda alguna, es uno de los grandes cazadores mexicanos que han dado renombre a nuestro país y su gran afición la podemos ver reflejada en el siguiente relato:
Es un gusto para mi poder participar en esta obra con un tema que me apasiona, al igual que a la mayoría de los cazadores mexicanos, y a muchos extranjeros: El Venado Cola Blanca. Considero, sin temor a equivocarme, que es el animal por excelencia que todos buscamos y que no puede faltar en nuestras colecciones y, a su vez, poder disfrutar de las maravillas que nos ofrece la naturaleza del entorno en donde habita.
En los muchos años que llevo cazando venados cola blanca he visto gran cantidad de cambios en las técnicas de cacería y mejoras en el manejo que ofrecen los rancheros a esta especie. Muchas más que en cualquier otro tipo de cacería, principalmente, en la zona noroeste de nuestro país ya que los rancheros han visto los grandes beneficios que les aporta esta actividad alterna a la ganadería que, en muchos casos, hasta la ha sustituido.
Hasta hace aproximadamente 20 ó 30 años, un cazador le pedía permiso al dueño de un rancho poder cazar en su propiedad, el ranchero, por lo general, le daba permiso, siempre y cuando, no afectara a su actividad como ganadero. Poco a poco, dichas solicitudes fueron aumentando y los rancheros vieron la posibilidad de incrementar sus utilidades sin tener que invertir un solo centavo. Por lo mismo, el cazador tenia que pagar por entrar a cazar a dichos ranchos, además de traer consigo todo lo que iba a consumir durante su estancia en el mismo. Para los cazadores nacionales, esta practica, era algo sencillo; no así para los cazadores extranjeros, norteamericanos en su mayoría, quienes pedían, además del permiso para poder cazar, albergue, transporte, alimentos y bebidas, obviamente, pagando por ello. Esta tendencia modificó el servicio ofrecido por los rancheros hasta convertirse en ventas de cacería con todo incluido.
También fueron los cazadores extranjeros los que impusieron la técnica de cazar desde espiaderos. Los cazadores, rentaban un predio para cazar en exclusiva e invirtieron en la instalación de estas casetas en lugares estratégicos del rancho. Los cazadores mexicanos hemos visto con buenos ojos estas modificaciones y nos hemos adaptado a ellas... para que desgastarnos en ir a buscar un venado en el monte si, tarde o temprano, va a pasar por alguno de esos lugares en donde vamos a estar cómodamente sentados.
Otra técnica fundamental en la cacería del venado cola blanca fue la de atraerlo—a donde lo vamos a estar esperando—con el uso de maíz. No recuerdo con exactitud cuando se puso de moda la practica de tirar maíz por las brechas, pero les aseguro que no tiene más de 15 años.
Las mejoras en todo este tipo de equipo utilizado para cazar venados cola blanca han sido astronómicas, necesitaría un libro con más paginas que este para poder describirlas y eso, como dije antes, solo demuestra la gran importancia que tiene esta especie para nosotros los cazadores.
Si bien todas esas implementaciones han llevado a la cacería del venado cola blanca a otros niveles, ahora hablando de técnicas de manejo, también ha habido otras muchas para mejorar la calidad de los mismos, técnicas que van desde la alimentación, hasta el manejo genético, pasando por manejos del entorno y hasta del medio ambiente.
A pesar de los manejos antes mencionados, hay zonas más privilegiadas que otras en lo que la calidad de venados se refiere. Entre los municipios con fama de tener Grandes Trofeos podríamos mencionar: Hidalgo en Coahuila, Anáhuac, Colombia, Sabinas y Parás en Nuevo León, Nuevo Laredo y Guerrero en el estado de Tamaulipas.
Mis hijos y yo tenemos rentado un rancho en el Municipio de Parás, en el estado de Nuevo León; a unos 150 Km. al norte de Monterrey. Este es un municipio meramente ganadero y, desde siempre, ha tenido fama de ser muy venadero. La mayoría de sus pobladores emigran a USA en busca de trabajo, a pesar de que nuestro deporte beneficia mucho a la economía de la región por las compras de insumos y la contratación de personal necesarios para la cacería.
En comparación con otros ranchos no tenemos tanta población de venados y siempre sale el tema en las conversaciones con mis hijos. Ellos me proponen buscar un rancho con mayor población de venados, que nos aporten mejores y mayores probabilidades de cazar buenos trofeos ya que—como ellos alegan—hay ranchos en donde puedes ver 15 machos buenos en un día. En el nuestro ¡no los vemos en toda la temporada! Necesitamos esforzarnos y contar con mucha experiencia para poder cazar un buen ejemplar. Yo les digo a Tomas y Toño que no me gusta la cacería tan fácil. En esos ranchos te desocupas en un par de días y, después, ¿que hacemos el resto de la temporada? Aquí en Parás cazamos las 8 o 9 semanas de la temporada ( de diciembre a enero) y, aunque no matamos venados siempre, nos divertimos mucho.
Hay días que no me toca ver ni un venado macho ya que: el monte es muy cerrado, lo que es una ventaja para los venados y, además, están muy ariscos porque en los ranchos vecinos hay mucha presión de cacería. Pero siempre la esperanza es lo último que muere y es la que me motiva para el siguiente día y disfruto observando los coyotes, las grullas, parvadas de gansos en las rutas a sus áreas de comida y de regreso a sus áreas donde duerme, codornices, gatos monteses y un sin fin de fauna que ofrece la región. Un día me toco ver un tigrillo; no me ha tocado ver pumas pero ya todos los cazadores del grupo sí los han visto. En fin, los días en este rancho están hechos de ver una gran variedad de fauna local y, eso, es lo que a mi me divierte.
A mi me parece que el valor de un trofeo radica en la aventura que viviste para conseguirlo; no en el tamaño de sus cuernos y aquí voy a narrar tres gratas experiencias que hemos vivido mis hijos y yo cazando, buenos ejemplares que sin ser “Grandes Records” nos han aportado muy gratos recuerdos.
Empezare con el relato del venado que cazo mi hijo Tomas. Como ya comenté, los venados del rancho son “graduados en la universidad del cola blanca” algunos de los ejemplares los vemos por varias temporadas sin tener la oportunidad de cazarlos. Este es el caso del venado de Tomas y el mío, machos que veíamos, en ocasiones les fallábamos y en otras, ni siquiera teníamos la oportunidad de hacerlo. El venado de Tomas le apodábamos “el venado de la loma” ya que lo vimos por varias temporadas en una zona del rancho formada por lomeríos bajos, zona en la cual, prácticamente, solo cazaban mis hijos Tomas y Antonio ya que su acceso es muy difícil, no tiene brechas, tienes que llegar a pie y el monte es muy cerrado. Ahí, ellos instalaron dos espiaderos, desde los cuales hacían sus acechos.
En una de las cacerías en este lomerío, Tomas, decidido a cobrar este venado, se hizo acompañar por un ayudante del rancho para cubrir mayor terreno utilizando los dos espiaderos. Como a las 4:00 de la tarde vieron un macho con 2 venadas que, en cuestión de segundos, se habían perdido en el monte. No supieron si era “el venado de la loma” pero se pusieron muy alertas. Transcurrió algo de tiempo y en eso, Tomas ve, a unos 300 metros, un buen macho que, caminando, se alejaba de él y se perdía entre el monte. Tomas supo que era su tan buscado venado y que no iba a ser fácil volver a verlo. Tomo el rifle, se apoyo muy bien y, sin quitar la vista de esa zona, esperó una oportunidad más de verlo. Así fue, el venado, muy fugazmente, se dejo ver entre los arbustos, oportunidad que aprovechó Tomas para disparar pudiendo escuchar el sonido del impacto de la bala al hacer blanco. El venado corrió hacia un arroyo y se perdió de vista. Después de esperar unos minutos controlando la adrenalina que fluía por su cuerpo, fue al punto donde estaba el venado cuando le tiro y, ahí encontró el rastro de sangre que lo llevo hasta su venado.
No traía su cámara, estaban a dos kilómetros del camino y no tardaba en obscurecer, era imposible cargar el venado hasta el camino donde estaba la camioneta, así que, con la ayuda de su guía, destazaron el venado y repartiendo la carga entre los dos lo pudieron acerca hasta el camino. Vinieron llegando al campamento alrededor de las nueve de la noche, muy cansados pero muy contentos.
Como es natural, las memorias de cacería están hechas de fallos y aciertos, son esos claro-oscuros matices lo que le dan sabor a nuestra afición y, quien no lo entienda así, es mejor que se dedique a otra cosa. Recuerdo una mañana en la que me dirigía a un espiadero que tenemos en una brecha muy larga. Es tan larga que, esa temporada, decidimos poner otro espiadero provisional que es como una carpa y se pone en el piso. Así, los venados se acostumbrarían a verlo y tendríamos dos opciones para cubrir mejor toda la brecha.
Como es costumbre, me levanto a las 5:30 AM y me pongo a tomar café mientras el vaquero del rancho va a poner maíz en alguna brecha determinada. Al llegar el vaquero, enciende el generador eléctrico que, además de darnos luz, sirve como un despertador para mis hijos. Mientras ellos se alistan para salir, el vaquero me lleva a donde tiro el maíz.
Ese día me fui a cazar a la brecha de los dos espiaderos, iba caminando hacia el espiadero de piso cuando, a 700 metros de mi, cerca del espiadero de siempre, veo un buen venado, me detuve y lo observe bien con los binoculares, era el mismo venado que, en la temporada anterior, le habíamos contado 16 puntas. Muy despacio y entre el monte me fui acercando, eventualmente me asomaba a la brecha para ver si seguía ahí, cuando estaba como a 300 metros del venado, me volví a asomar y lo vi, tranquilamente, comiendo maíz en la brecha. Busque un buen sitio para manpostarme y, cuando me sentí seguro, dispare mi 7 mm mágnum. El venado se metió corriendo al monte sin señas de estar herido, ¡había fallado! Seguí caminando por la brecha y cuando estaba como a 200 metros—para mi sorpresa—volvió a salir el venado dándome otra oportunidad, con tan buena suerte—para el venado—¡que volví a fallar!
Ese mismo día, mi hijo Antonio, corrió con “casi” la misma suerte. Estaba sentado en el monte, esperando a que amaneciera y observando una brecha en donde habían tirado maíz cuando ve un hermoso venado de diez o doce puntas y muy abierto. Toño decide tirarle y, cuando buscaba un buen ángulo para disparar, asusta al venado y este sale corriendo por la brecha, le disparo dos veces cuando el venado se alejaba, pero falló ambos disparos. En la tarde de ese día, Toño regreso al mismo sitio a ver si salía el venado. Así fue y, con un magnifico disparo de su 7mm mágnum, lo derribo sobre sus propias huellas.
En otra ocasión me fui al rancho desde el viernes a medio día, muchas veces lo hago así y, mientras espero a que lleguen mis hijos, aprovecho la tarde recorriendo el rancho, tirando maíz en algunos lugares que me aconseja el vaquero, etc. Esa tarde vimos un buen macho, pero estaba lejos y no me dio oportunidad de acercarme. Regresamos al campamento, descargamos la provisión y, ya en la noche, ayudado por el vaquero, preparamos alguna cena típica de rancho: carne asada, unas quesadillas, frijolitos recién cocidos en jarro, un una salsa molcajeteada con chiles piquin, etc—algo que es parte del encanto de la cacería también—para las once de la noche, ya estoy durmiendo.
Al día siguiente, me desperté un poco antes de lo acostumbrado, desayunamos y nos fuimos a cazar. Llevaba un espiadero de piso para ponerlo en un cruce de brechas cerca de un represo, ahí nos salieron dos venados, uno de ellos me dio oportunidad y le dispare sin éxito. Pusimos el espiadero, esperamos en él toda la mañana, los venados no los volvimos a ver.
Yo no traía mi rifle habitual—lo había dejado con el armero para que le hicieran unos pequeños ajustes y limpieza general—ese día me había llevado un riflito con el que he enseñado a tirar a mis hijos y nietos, es un Winchester 225. Calibre poco común, muy parecido al 22-250 que fabrica la Remington, pero que a mi me gusta mucho. Tiene un telescopio Weaver de 4 poderes y retícula de poste. Como no es el arma que uso normalmente, presupuse que podía estar desajustado y, por eso, fallé. En el rancho, a la hora del almuerzo, lo probé y estaba bien.
Esa tarde volví al sitio en donde había estado por la mañana. Ya casi por ocultarse el sol vi un venado que quería salir a la brecha a comer maíz. Nervioso, solo asomaba medio cuerpo y se volvía a meter al monte, fugazmente pude ver que era un buen animal y su conducta, tan arisca, me lo confirmaba. Espere hasta que, ya confiado, salió completamente a la brecha como a 120 metros de mi espiadero. Mi pulso se aceleró cuando lo pude ver bien, controlando los nervios y la respiración, coloqué el tripie para apoyarme y cuando me sentí seguro, dispare. Bueno, mejor dicho, traté de hacerlo ya que tenia el seguro puesto y no se lo había quitado. Eso, en mi experiencia, significa que la emoción que te produce ver un buen animal; no te deja hacer las cosas como debes, algo se te pasa y, muchas veces, por eso fallamos. Es algo natural, no somos maquinas y si no sintiéramos esa emoción, la cacería no tendría ningún atractivo. Pero, también he aprendido que, para tener éxito en todo lo que hacemos, hay que ser fríos, tener calma y controlar bien las emociones. En mi caso, lo que hago es: dejar el rifle, tomar los binoculares y volver a ver el animal o cualquier otra cosa. De esa manera, consigo la calma y frialdad que se necesita en estos casos.
Así lo hice, volví a tomar el rifle, lo coloque sobre el tripie, quité el seguro y puse la retícula del telescopio en un punto del animal, olvidándome del resto del cuerpo. Disparé y ¡ahora sí! El venado no dio ni un paso más, ¡ahí mismo cayó pesadamente! Espere unos minutos hasta que dejo de moverse y salí del espiadero a verlo, ¡qué hermoso animal! Sin lugar a dudas, ¡el mejor venado que he cobrado en este rancho! Este fue el venado que mucho habían querido cazar en temporadas anteriores pero que por azares del destino estaba reservado para mi. En esos momento, al tenerlo en mis manos, sí deje salir toda la tensión almacenada antes del disparo y di gracias a Dios por ello.
Es muy interesante el dialogo del ser humano con la naturaleza cuando se da permiso de vivirla. En nuestro caso—los aficionados al deporte de la cacería—tenemos la virtud de entender la interacción que se genera entre el cazador, la presa, la flora y la fauna que, en conjunto, producen una escena indescriptible. Pero, ojo, esta virtud conlleva una responsabilidad muy grande que se debe demostrar siempre en el respeto por nuestra madre naturaleza que nos provee de eso y de mucho más. El hecho de cazar una presa, no lo es todo, es solo una parte del conjunto de cosas que nos aporta la naturaleza y, el dialogo que entablemos con ella, es lo que nos llevara a poder valorar lo afortunados que somos cada vez que salimos al campo.